Amar y adorar a Dios es la más hermosa función del hombre; ya que por esta adoración nos hacemos semejantes a los Ángeles y a los Santos del Cielo. ¡Cuánto honor y cuánta dicha representa la facultad de adorar y amar a un Dios tan grande, tan poderoso, tan amable y tan bienhechor. Adorar a Dios es ofrecerle el sacrificio de todo nuestro yo, o sea, someternos a su Santa Voluntad en las cruces, en las aflicciones, en las enfermedades, en la pérdida de bienes, y estar prestos a dar la vida por su Amor.