1. Adentrándonos en la investigación de algunos puntos positivos de tamaño problema, advertimos en primer lugar que la vida humana se realiza y recibe matices éticos y crecimiento moral, precisamente del sufrimiento. El que no sabe padecer es porque permanece psicológicamente infantil, ya que la verdadera vida nace en el dolor.
2. Canta Marco Lorenzi: “Para entender el don de la mañana ha atravesado la oscuridad de la noche; para entender la dulce primavera ha sufrido lo helado del invierno; para entender la amistad ha probado la mordedura de la soledad; para entender y gozar la esperanza, he cargado la cruz”.
3. Afirma Leonardo da Vinci haciéndose eco de un pensamiento de Homero: “Dios le concede todo al hombre, pero le pone como precio la fatiga y hace que sobre toda cosa bella del mundo caiga la fecundidad de las lágrimas”. El mismo placer es verdadero no cuando es anhelado intencionalmente como fin primario de una acción, sino cuando es consecuencia de nuestra donación y sacrificio: “el sufrimiento es el que hace a los placeres más placenteros”.
4. Louis Venillot diría que “hay bendiciones de Dios que entran en casa rompiendo los vidrios”, mientras San Pablo con más autoridad, nos asegura que “todo ayuda al bien de quienes aman a Dios” (Rm 8, 28).
Nuestras reservas de paciencia para el sufrimiento se podrían aumentar si pensamos que con frecuencia el dolor es un misionero de Dios. El sufrimiento, el vacío alrededor y dentro de nosotros, crea en el alma un desierto inmenso. La aflicción nos hace ver que somos seres pobres, expuestos al peligro, inseguros y muy necesitados de ayuda. De este estado negativo, de importancia y de miedo, puede surgir la voz y el llamamiento de aquel que es el Fuerte por excelencia, el Inmutable, la fuente de todo don y de toda ayuda. Es así como nuestra miseria puede encontrar la suma riqueza; nuestra soledad puede ser llenada por la Presencia de Dios a quien sentiremos tan cercano como a un padre y pastor. Será entonces cuando nuestro dolor nos podrá conducir al amor, al Amor divino. La historia de no pocos convertidos nos demuestra cómo no raras veces el dolor ha sido el camino que el Señor ha escogido para atraer a Sí a tantas almas necesitadas del perdón. El libro de Tobías nos hace una confidencia a este propósito: “Porque estás cerca del Señor, fue necesario que fueras probado en el crisol del dolor” (Tb 12, 13). El Apóstol San Pedro completa este pensamiento diciendo: “El que entra en la familia de Dios es purificado para hacerse digno de Él” (1 Pe 4, 17).
Nuestra paciencia en los momentos de dolor puede aumentar aún más, si tomamos nuestros sufrimientos como algo indispensable para llegar a ser capaces de comprender mejor y amar a nuestro prójimo. Si es verdad que sin amor no se puede vivir, es también muy cierto que sin dolor no se puede amar. Solo habiendo padecido primero se puede uno sentir solidario, muy cercano a los sufrimientos ajenos, en sus penas, no será pura filantropía o convivencia, sino una comunicación afectuosa, plena, sincera y restauradora. La gloria nos une y el dolor nos reúne fuertemente; no por nada las grandes amistades se originan en un dolor compartido. A veces requerimos largo tiempo para salir de nosotros mismos e ir a las necesidades de nuestros vecinos; pero muchas veces basta un gran sufrimiento para que el camino que nos conduce a nuestros hermanos se vuelva kilómetros y kilómetros más corto. Aquí también, la paciencia, es decir, la capacidad de aceptar y de transformar el dolor, se convierte en fecundidad y en vehículo luminoso de bondad.
Para completar, añadiremos brevemente que es “nuestra paciencia crucificada” el medio y la garantía para llegar a la Gloria de la Resurrección. En la Carta a los Hebreos se dice expresamente: “Solo tenéis necesidad de paciencia para que después de haber hecho la Voluntad de Dios, podáis obtener las promesas” (Hb 10, 36; 1 Pe 1, 6–9; 12–14).
Así como Cristo entró en la Gloria por la puerta estrecha del dolor y del sufrimiento (Lc 24, 26), así sucede también a los que lo siguen (Hb 12, 1–2; 2 Cor 4, 8–12; Rm 5, 3–5; 8, 17; 2 Tm 2, 11–12). “Por ello vale más y es mucho más preciosa una onza de paciencia en el sufrimiento, que una libra de acción” (San Francisco de Sales).
A pesar de todo lo que hemos dicho sobre el tema del dolor, no tenemos la presunción de haberlo resuelto y explicado exhaustivamente ya que el dolor siempre será para nosotros un “misterio”. Toda palabra a este respecto, por más estudiada y profunda que sea, resultará lamentablemente inadecuada; toda respuesta, por más docta que sea, resultará solo un balbuceo infantil lleno de sombras y sin lógica completa. Solamente hemos visto un poco de luz, un débil latido vital, suficiente sin embargo para convencernos de que el dolor también tiene una misión en el mundo; de su razón de ser y de su riqueza espiritual. Si leemos una página escrita en un idioma extranjero y desconocido para nosotros, quizá podamos entender alguna que otra palabra aquí y allá, pero seremos incapaces de entender el significado de todas y cada una de las palabras; y sin embargo, aun así quedaríamos convencidos de aquella carta, si fuera de un amigo, contiene un mensaje completo, lógicamente concatenado. Así es nuestra comprensión del dolor. Por lo demás, no es absolutamente necesario entender todo lo que nos rodea, ni tampoco indispensable que las páginas de nuestra vida sean escritas a nuestro gusto y según nuestras expectativas; lo único importante es saber que la cruz es escuela y camino de la virtud y que el Padre nos ama aun cuando no nos puede hacer entender del todo que su Amor está en el fondo de todas las cosas y al final de todas las situaciones. No olvidemos nunca que nuestro Dios es veraz y sin maldad (Dt 32, 1–12), y que todo lo que vemos, Él lo ha visto ya por nosotros (Juan XXIII).
Tomado del libro: “La paciencia y la Misericordia de Dios”, para saber más de este libro haga click aquí