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extracto de una historia de: Cuentos con Moraleja del Padre Lucas Prados
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-Dios – le dije-. ¿Podrías darme una buena razón para no darme por vencido? Su respuesta me sorprendió...
-Mira a tu alrededor -Él dijo-. ¿Ves el helecho y el bambú?
-Sí - respondí.
-Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. Les di luz. Les di agua. El helecho rápidamente creció. Su verde brillante cubría el suelo. Pero nada salió de la semilla del bambú. Sin embargo, no renuncié al bambú. En el segundo año el helecho creció más brillante y abundante y nuevamente, nada creció de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú. Y lo mismo ocurrió el tercer y cuarto año, pero yo no renuncié al bambú. Entrando en el quinto año un pequeño brote salió de la tierra. En comparación con el helecho era aparentemente muy pequeño e insignificante. Pero solo seis meses después el bambú tenía ya más de veinte metros de altura. Se había pasado cinco años echando raíces. Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para sobrevivir. No le daría a ninguna de mis creaciones un reto que no pudiera sobrellevar –Él me dijo-. ¿Sabías que todo este tiempo que has estado luchando, realmente has estado echando raíces? No renunciaría al bambú. Nunca renunciaría a ti. No te compares con otros, me dijo. El bambú tenía un propósito diferente al del helecho, sin embargo, ambos eran necesarios y hacían del bosque un lugar hermoso. Tu tiempo vendrá –Dios me dijo- ¡Crecerás muy alto!
Nuestra respuesta a la Bondad y longanimidad del Señor supone por nuestra parte sobre todo un plan generoso y un propósito de paciencia continua frente a los grandes misterios de la vida, el dolor y la enfermedad, en los cuales, “nuestra paciencia está como crucificada” (San Agustín).
Cristo no ha suprimido el dolor, ni nos ha propuesto una filosofía del mal y una teología del dolor, sino que ha transformado nuestro dolor, ya que viviéndolo Él mismo, lo ha impregnado de ideales sublimes de amor, de perfección y de esperanzas sobrenaturales. Debemos convencernos de que también la cruz irradia luz y que es un árbol que puede dar buenos y abundantes frutos, ya que ha sido escogido por el Hijo de Dios como trono para darnos la vida y como cátedra para proclamarnos todo su Amor. Consiguientemente, el verdadero cristiano no es aquel que busca una explicación divina al dolor lanzando la pregunta vulgar: ¿Por qué me mandas esta prueba, Señor? Sino el que se empeña en darle a cada derrota, a cada prueba, un enfoque divino. En efecto, aunque el dolor en sí mismo es algo negativo, es un mal, es desgaste de energías somáticas, psíquicas y espirituales; indirectamente puede ser también principio de un proceso vital en todos los niveles: sus tinieblas se pueden cambiar en luz meridiana y sobre las heridas que nos causa, podemos injertar alas para alcanzar las metas inmaculadas de la virtud y de la santidad.
El pequeño Jakov tenía diez años cuando comenzaron las apariciones de Medjugorje en junio de 1981. Huérfano de padre, no tenía más familia que a su madre y vivía con ella en una minúscula casa de piedra y adobe, no lejos de la casa de Mirjana. Como todos los niños de Bijakovici, una de las siete aldeas de Medjugorje, Jakov había experimentado el hambre, el frío, la incertidumbre del mañana y la necesidad de luchar muy duramente para sobrevivir.
Una tarde, durante una aparición, la Virgen le pidió que rezara constantemente, es decir que estuviera siempre abierto a la Presencia de Dios en su corazón. Le aconsejó que rezara con frecuencia pequeñas oraciones muy cortas, al ir a la escuela, al caminar por la calle, al jugar con sus amigos, al sentarse a la mesa, etc. Por ejemplo: “¡Jesús, te amo!”; “Señor, ¡bendito sea tu Nombre!”; “Virgen María, Madre mía, ¡ayúdame, te necesito!”; “¡Dios mío, te adoro!”; “¡Gloria a Dios en las alturas!”; “Jesús, ¡en Vos confío!”; “Padre mío, ¡me abandono a Ti…!”. En una palabra, ¡pequeñas oraciones que broten del corazón! Jakov comprendió muy bien el pedido y decidió ponerlo en práctica.
Permítanos recordar una vez más las Palabras de la Escritura: “Yo no quiero la muerte del impío, sino que el impío se convierta, cambie su conducta y viva” (Ezequiel 33, 11). La enormidad de los pecados del hombre no es un obstáculo para la Misericordia de Dios si el pecador se arrepiente. “Si los pecados de ustedes llegaran a ser como la grana, quedarán blancos como la nieve” (Isaías 1, 18). Al contrario, sabemos por las Palabras de Nuestro Señor Jesús, que los pecadores son un especial blanco de la Divina Misericordia: “No tienen necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos… porque Yo no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mateo 9, 12–13). En otra ocasión, El proclamó: “Habrá en el Cielo más fiesta por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión” (Lucas 15, 7).
"Trabajamos para la gloria de Dios y la salvación de las almas"
Nuestra Fundación distribuye literatura cristiana de varias Editoriales Católicas de Hispanoamérica, pero de una manera particular, difunde su propio fondo editorial, en el que constan las grandes obras de Espiritualidad Cristiana.
"San Miguel Arcángel,
defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo
contra la perversidad y asechanzas
del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
y tú Príncipe de la Milicia Celestial,
arroja al infierno con el divino poder
a Satanás y a los otros espíritus malignos
que andan dispersos por el mundo
para la perdición de las almas.
Amén."