El pequeño Jakov tenía diez años cuando comenzaron las apariciones de Medjugorje en junio de 1981. Huérfano de padre, no tenía más familia que a su madre y vivía con ella en una minúscula casa de piedra y adobe, no lejos de la casa de Mirjana. Como todos los niños de Bijakovici, una de las siete aldeas de Medjugorje, Jakov había experimentado el hambre, el frío, la incertidumbre del mañana y la necesidad de luchar muy duramente para sobrevivir.
Una tarde, durante una aparición, la Virgen le pidió que rezara constantemente, es decir que estuviera siempre abierto a la Presencia de Dios en su corazón. Le aconsejó que rezara con frecuencia pequeñas oraciones muy cortas, al ir a la escuela, al caminar por la calle, al jugar con sus amigos, al sentarse a la mesa, etc. Por ejemplo: “¡Jesús, te amo!”; “Señor, ¡bendito sea tu Nombre!”; “Virgen María, Madre mía, ¡ayúdame, te necesito!”; “¡Dios mío, te adoro!”; “¡Gloria a Dios en las alturas!”; “Jesús, ¡en Vos confío!”; “Padre mío, ¡me abandono a Ti…!”. En una palabra, ¡pequeñas oraciones que broten del corazón! Jakov comprendió muy bien el pedido y decidió ponerlo en práctica.