Permítanos recordar una vez más las Palabras de la Escritura: “Yo no quiero la muerte del impío, sino que el impío se convierta, cambie su conducta y viva” (Ezequiel 33, 11). La enormidad de los pecados del hombre no es un obstáculo para la Misericordia de Dios si el pecador se arrepiente. “Si los pecados de ustedes llegaran a ser como la grana, quedarán blancos como la nieve” (Isaías 1, 18). Al contrario, sabemos por las Palabras de Nuestro Señor Jesús, que los pecadores son un especial blanco de la Divina Misericordia: “No tienen necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos… porque Yo no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mateo 9, 12–13). En otra ocasión, El proclamó: “Habrá en el Cielo más fiesta por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión” (Lucas 15, 7).