extracto de una historia de: Cuentos con Moraleja del Padre Lucas Prados
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-Dios – le dije-. ¿Podrías darme una buena razón para no darme por vencido? Su respuesta me sorprendió...
-Mira a tu alrededor -Él dijo-. ¿Ves el helecho y el bambú?
-Sí - respondí.
-Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. Les di luz. Les di agua. El helecho rápidamente creció. Su verde brillante cubría el suelo. Pero nada salió de la semilla del bambú. Sin embargo, no renuncié al bambú. En el segundo año el helecho creció más brillante y abundante y nuevamente, nada creció de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú. Y lo mismo ocurrió el tercer y cuarto año, pero yo no renuncié al bambú. Entrando en el quinto año un pequeño brote salió de la tierra. En comparación con el helecho era aparentemente muy pequeño e insignificante. Pero solo seis meses después el bambú tenía ya más de veinte metros de altura. Se había pasado cinco años echando raíces. Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para sobrevivir. No le daría a ninguna de mis creaciones un reto que no pudiera sobrellevar –Él me dijo-. ¿Sabías que todo este tiempo que has estado luchando, realmente has estado echando raíces? No renunciaría al bambú. Nunca renunciaría a ti. No te compares con otros, me dijo. El bambú tenía un propósito diferente al del helecho, sin embargo, ambos eran necesarios y hacían del bosque un lugar hermoso. Tu tiempo vendrá –Dios me dijo- ¡Crecerás muy alto!
Permítanos recordar una vez más las Palabras de la Escritura: “Yo no quiero la muerte del impío, sino que el impío se convierta, cambie su conducta y viva” (Ezequiel 33, 11). La enormidad de los pecados del hombre no es un obstáculo para la Misericordia de Dios si el pecador se arrepiente. “Si los pecados de ustedes llegaran a ser como la grana, quedarán blancos como la nieve” (Isaías 1, 18). Al contrario, sabemos por las Palabras de Nuestro Señor Jesús, que los pecadores son un especial blanco de la Divina Misericordia: “No tienen necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos… porque Yo no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mateo 9, 12–13). En otra ocasión, El proclamó: “Habrá en el Cielo más fiesta por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión” (Lucas 15, 7).