Si la fe nos enseña que Dios todo lo ve, que es testigo de cuanto hacemos y sufrimos, la virtud de la esperanza nos impulsa a soportar las penalidades con una entera sumisión a la Voluntad Divina, con la confianza de que, por ello, seremos recompensados eternamente. Sabemos también que esta hermosa virtud fue la que sostuvo a los mártires en sus atroces tormentos, a los solitarios en los rigores de sus penitencias, y a los Santos en sus dolencias. Si la fe nos muestra a Dios presente en todas partes, la esperanza nos impulsa a realizar todo lo que consideramos agradable a Dios, con la mira de una eterna recompensa, ya que esta virtud contribuye a dulcificar nuestros males.