La ira es un movimiento violento e impetuoso del alma, que rechaza con vehemencia todo aquello que le desagrada. A través de la historia vemos que hombres santos sintieron horror por este pecado, al que consideraron como señal de reprobación. Sin embargo, vemos con Santo Tomás, que hay una santa ira, la que proviene del celo por la Gloria de Dios. Aunque a veces la ira es causa de leves impaciencias y no se tratan de pecados mortales estamos en la obligación de confesarlos.
Dios nos perdona gustoso todo cuanto debemos a su Justicia, y nos trata con tanta bondad y dulzura, entonces de la misma manera debemos portarnos con nuestros hermanos. Pero el hombre olvida pronto lo que Dios hizo por él y por la menor insignificancia se abandona al furor de esa pasión tan indigna de un cristiano y que tanto ofende a Dios que es todo dulzura y bondad.