La vida del cristiano siempre está rodeada de enfermedades, de sufrimiento y de cualquier clase de calamidades y dondequiera que el hombre vuelva su vista no encontrará más que cruces y aflicciones. ¿De qué manera hemos de conducirnos en medio de tantas miserias, para llegar al venturoso fin por el cual hemos sido creados? Nada más fácil: todos los males que nos sobreviene son para conducirnos a Él. Jesucristo, con sus sufrimientos y con su Muerte, ha hecho meritorios todos nuestros actos, de manera que si todas nuestras acciones las hacemos con la intención de agradar a Dios serán más suaves y ligeras, y meritorias para ganar el Cielo.