Ésta es la segunda parte de los famosos sermones que un anciano predicador dio a unas benedictinas en su retiro anual, y su testimonio de verdad corre a través del mundo. Leyéndolos, muchos se sienten tocados por la Gracia y conservan en sus notas el resumen de esta doctrina que les ayuda a vivir.
La razón de la atracción que ejercen estas páginas se debe, en nuestra opinión, a su absoluta transparencia. En la voz del anciano predicador es imposible no reconocer la Voz que no se parece a ninguna otra y que es la única que posee ese poder que no es de este mundo: hacer caer de rodillas a un hombre, hacerle orar y cambiar su corazón.
Hemos conservado en el texto su candor original, su acento directo y vigoroso. El tratamiento que el autor da al Texto Sagrado no tiene necesidad de defensa. Está emparentado con el genio de toda una tradición cristiana: la de San Agustín, la de San Bernardo, la de Tauler. Gracias al esfuerzo de los exégetas católicos durante los últimos años, hemos vuelto a encontrar el gusto por la lectura precisa y amena de los pasajes bíblicos.