El tiempo, en cierto sentido, vale tanto como el mismo Dios, porque el tiempo bien empleado nos pone en posesión de Dios. Con solo un momento de tiempo podemos comprar el Cielo, la vista y la posesión entera y eterna de Dios; mientras que la Eternidad entera no podrá comprar nunca el Cielo ni a Dios. La Eternidad es para disfrutar del Cielo, de la dicha suprema; pero no para alcanzarla.
Compremos, pues, con tiempo las incomparables riquezas de la bienaventurada Eternidad y no olvidemos que a este fin nos ha colocado Dios en el tiempo...