Nuestra vida cristiana debe estar impregnada de oración. Porque, a pesar de su aspecto insignificante y escaso relieve exterior, es capaz de llegar a convertirse en divina. Orar no es más que tratar con Dios, "elevatio menits in Deum", ponernos en comunicación con él, hablar con él como con un amigo, y esta comunicación se puede mantener sin interrupción aunque trabajemos, comamos o durmamos. Para ello basta con que conservemos la Gracia santificante, que es la corriente espiritual, el lazo de unión entre Dios y nuestra alma, y que tengamos la recta intención de hacerlo todo por Dios.