La vida individual de cada cristiano es como una copia de la vida de Jesús y su muerte de la de su muerte. Y lo mismo sucede con la colectividad de los cristianos, la Iglesia, que, como Cuerpo de Cristo, continúa visiblemente su vida y manifiesta su acción.
Las crisis hasta ahora experimentadas por la Iglesia miraban a la consecución de éxitos y difusiones parciales. Ahora, todo el mundo unido por los medios de comunicación, y en mayoritariamente incrédulo, ha llegado la hora de absorber todo ese mundo en el Reino de Cristo; la hora del triunfo total parece presuponer la crisis total, la muerte a la que siga la resurrección, cual sucedió en Cristo, cuya vida y muerte preproduce la Iglesia.