Reflexionaré cuán poderosa es la humildad, y cuán agradable a Dios, pues de públicos pecadores hace hombres muy justos; y al contrario, cuán abominable es la soberbia, pues a los que eran justos los pervierte y los hace grandes pecadores, y la causa es porque el soberbio, atribuyéndose las virtudes a sí mismo con vana complacencia, las destruye, humillándole Dios porque se ensoberbeció; pero el humilde, atribuyéndose los pecados a sí con verdadera humildad, los deshace, ensalzándole Dios porque se humilló.
De todo lo cual tengo que sacar amor a la humildad y aborrecimiento a la soberbia, teniendo firme esperanza en esta promesa de Cristo, que por humillarme no perderé la honra que me conviniere para mi Salvación, y temblaré de ensoberbecerme, pues será cierta mi caída y confusión.