Nuestras palabras influyen sobre nosotros mismos, pero de manera especial, sobre las personas a quienes van dirigidas. Tus palabras pueden fortalecer o destruir. Tus palabras pueden levantar o hundir. Tus palabras pueden animar o deprimir. Tus palabras pueden convertir a quienes te escuchan en saludables o enfermos.
La Biblia enfatiza que la lengua es parecida al timón de un barco, pequeña pero con un tremendo poder (Santiago 3, 4 y 5).
Dios nos regaló el don del habla para que bendigamos todo y a todos.