Pedro, el gran Apóstol que fue condenado a morir elevado en una cruz. Pero, sintiéndose indigno de morir como su querido Maestro, Jesús, pidió, humildemente a sus verdugos, que lo crucificaran cabeza abajo. Su sangre cayó cerca del Obelisco de Nerón, ubicado cerca de la Plaza de San Pedro, y permanece ahí, como mudo testigo de las más horrorosas escenas de crueldad y del sublime heroísmo de los mártires.